lunes, 12 de diciembre de 2011

Polizona es el femenino de polizón y así figurará en la próxima edición del Diccionario académico.
En algunas noticias sobre la mujer que intentó introducirse ayer en el avión que iba a trasladar a Japón al F. C. Barcelona, algunos medios se han referido a ella como la polizón una polizón: «Una polizón quiso viajar con el Barça a Tokio», «A la polizón se le requirió la tarjeta de embarque».
El Diccionario panhispánico de dudas señala que polizón —que significa ‘persona que viaja clandestinamente en un barco o un avión o, por extensión, en otro medio de transporte’—, aunque se ha empleado tradicionalmente como epiceno masculino (el polizón, la polizón), en la actualidad se emplea en femenino con la forma polizona, y así figurará en la próxima edición del Diccionario académico.
Por lo tanto, en las noticias citadas hubiera sido preferible escribir: «Una polizona quiso viajar con el Barça a Tokio» y «A la polizona se le requirió la tarjeta de embarque».

Fundéu BBVA
www.fundeu.es

jueves, 24 de noviembre de 2011

ORTOGRAFÍA Y REDACCIÓN

Recuerda...


Estas palabras siempre van separadas:

a través
a menudo
a propósito
a cabo
a medias
a tiempo
a pesar de
a veces
de repente
de veras
en fin
corto circuito

ORTOGRAFÍA Y REDACCIÓN

Recuerda…

Palabras que siempre se escriben juntas:


·       Acerca
·       Además
·       Antesala
·       Antepenúltimo
·       Antefirma
·       Antebrazo
·       Adrede
·       Bienvenida
·       Bocamanga
·       Bimembre
·       Bisnieto
·       Bienhechor
·       Contraorden
·       Contigo
·       Consigo
·       Conmigo
·       Contratiempo
·       Enhorabuena
·       Extrafino
·       Extralargo
·       Extrajudicial
·       Extraordinario
·       Guardacostas
·       Guardaespaldas
·       Pararrayos

·       Parabién
·       Pasatiempo
·       Pormenor
·       Parachoques





lunes, 7 de noviembre de 2011

TRIVIA

¿SABES TÚ QUIÉN DESCUBRIÓ QUE EL MUNDO CAMBIA TODO EL TIEMPO?




Anímense a responder a la trivia

miércoles, 2 de noviembre de 2011

TRIVIA...

¿ Sabes quién fue el gran luchador contra la segregación racial en Sudáfrica?




¡Publica tu respuesta!

miércoles, 26 de octubre de 2011

¿Habla correcta o incorrecta? ¿Dime qué opinas?...

Niveles de habla


Como se ha visto en los párrafos precedentes, en el uso concreto del lenguaje se entrecruzan los conceptos de lengua generalhabla local y norma lingüística, así como el criterio de corrección y el de niveles de habla.
La norma lingüística es, para el individuo, un sistema de realizaciones obligadas, un conjunto de imposiciones sociales y culturales que tienen su campo de acción en el lenguaje. La norma lingüística varía no sólo de comunidad a comunidad sino también dentro de cada una de ellas: son obviamente distintas las normas a que se atienen el lenguaje literario o elevado, el lenguaje familiar y el lenguaje popular o vulgar. Esta especie de dialectalización vertical implica la dinámica coexistencia de varios tipos de habla en una misma comunidad y, en algunos de los casos mencionados, la estratificación de una sociedad en varios niveles lingüísticos con modalidades diferentes. Pero más allá de cada norma establecida se abren siempre las posibilidades del sistema lingüístico. La creación literaria, por ejemplo, implica la ruptura instintiva o consciente de la norma, a la vez que la utilización original y exhaustiva de las posibilidades del sistema.
El nivel de habla más elevado -y también el que, por serlo, presenta mayor grado de coincidencia con la lengua general- es el de la lengua culta cuidada o formal, a veces identificada con el concepto tradicional de lengua escrita, y aun con el de lengua literaria. Pero puede también incluir la lengua oral del discurso, de la conferencia o de la cátedra.
Un segundo nivel o estrato subyacente lo constituye la llamada lengua culta espontánea o familiar, que corresponde al modo como natural y habitualmente se expresan quienes tienen tradición familiar de cultura o han crecido en un ambiente culto. La posesión de la lengua culta familiar puede no estar en relación con el grado de instrucción organizada u oficial. Así, son todavía legítimos exponentes de este nivel de habla personas cuya instrucción formal no pasó del nivel escolar, en tanto que pueden no serlo otras que, a pesar de haber alcanzado un nivel profesional, no han logrado superar ciertos hábitos lingüísticos tempranos que no reúnen las condiciones de aceptabilidad social.
Un tercer nivel de habla lo constituye la lengua popular, siempre legítima por espontánea y por vital. La lengua popular es el crisol nunca enfriado de usos nuevos, algunos de los cuales hacen después un camino ascendente hacia otros niveles de habla. "El habla literaria es siempre la meta a que aspira el lenguaje popular, y, viceversa, la lengua popular es siempre fuente en que la lengua literaria gusta refrescarse" . La lengua popular representa la libertad absoluta en materia de lenguaje y el estado de perfecta inocencia lingüística; es, por tanto, naturalmente creadora y neologizante.
Pero, al mismo tiempo, el uso popular es naturalmente conservador de formas viejas que la lengua general va desechando y resulta, por tanto, también y paradójicamente arcaizante.
Con la lengua popular se identifica a veces la llamada lengua vulgar, que en realidad representa un subestrato de aquélla. Análoga es la situación de la jerga del hampa (que en el Perú recibe el específico nombre de replana). Así como la lengua popular nutre continuamente a los estratos superiores de la lengua, la jerga puede ser el origen de formas populares, muchas de las cuales ascienden a su vez hasta el nivel del habla culta familiar, generalmente por la vía del lenguaje escolar o juvenil. Es característico de los últimos tiempos el ascenso de términos del habla del hampa a estratos sociales superiores; deben ser motivo de reflexión los diversos factores que están en la raíz de este importante hecho sociolingüístico.
Es obvio que no deben confundirse con la jerga del hampa las llamadas jergas profesionales, es decir, la terminología y los modos de hablar específicos correspondientes a un oficio, profesión o técnica: la jerga del albañil, la jerga del zapatero, la jerga del médico o la del estadígrafo. En estos usos, por supuesto, la palabra jerga no connota ningún matiz peyorativo.
De lo expuesto resulta que todo hablante es en realidad plurilingüe, en el sentido que se expresa alternativamente en diferentes niveles de habla que implican distintas variedades funcionales -o situacionales- de su propio idiolecto. Atendiendo a diversas circunstancias e interlocutores, el hablante alterna sus usos lingüísticos familiares con aquéllos restringidos a su ambiente de trabajo o a su deporte favorito y con otros más generales y aceptables en el ámbito amplio de su comunidad. Pero, como cada circunstancia social reclama una respuesta lingüística específica -con exclusión de las demás- el individuo en trance de expresarse no está nunca ante una verdadera elección, sino que hace girar automáticamente el dial de su habla en virtud de un subconsciente proceso de adaptación a los diversos aspectos de su medio lingüístico y social.
Hay, en consecuencia, varios modos de hablar correctamente, así como hay -aun dentro de la misma cultura- varios modos de vestir correctamente según el clima, la hora o la ocasión. Quien usa en un ambiente íntimo formas lingüísticas propias del habla formal, exhibe a veces lo precario o postizo de su cultura: la lengua culta debe ser defendida tanto de la vulgaridad e incorrección como de la afectación y de la pedantería.

miércoles, 12 de octubre de 2011

y/o, fórmula innecesaria

La fórmula y/o, calco del inglés and/or, resulta casi siempre innecesaria pues la conjunción no es excluyentepor ello, y tal como expresa el Diccionario panhispánico de dudas, se desaconseja su uso, «salvo que resulte imprescindible para evitar ambigüedades en contextos muy técnicos».
Sin embargo, tanto en los medios como en otros muchos soportes de comunicación, cuando se quiere dejar claro que existe la posibilidad de elegir entre la suma (y) o la alternativa de dos opciones (o) se utiliza la fórmula y/o: «Porque la decisión estaba en manos de la militancia y no de las direcciones regional y/o federal», «Se ha observado una excesiva preocupación por obtener o mantener una figura delgada y/o musculosa».
En estos casos se olvida que la conjunción o puede expresar en español ambos valores conjuntamente, de modo que hubiera sido más apropiado escribir «Porque la decisión estaba en manos de la militancia y no de las direcciones regional o federal», «Se ha observado una excesiva preocupación por obtener o mantener una figura delgada o musculosa». 

viernes, 7 de octubre de 2011

«autopsia de un cadáver», redundancia


29/06/2009
La Fundación del Español Urgente advierte del uso redundante de la expresión autopsia de un cadáver.
La definición de autopsia es 'examen anatómico de un cadáver para determinar las causas de su muerte'; por lo tanto, este término ya lleva implícito en su significado que solamente puede hacerse a un cadáver.
Estos últimos días se han oído o leído frases como «La autopsia al cadáver de Michael Jackson ha concluido poco después de la medianoche» o «Los familiares de Michel Jackson piden que se haga una segunda autopsia al cadáver». En ambos casos debió decirse «La autopsia de Michel Jackson ha concluido poco después de la medianoche» o «Los familiares de Michel Jackson piden que se haga una segunda autopsia».
La Fundéu BBVA insiste en que el término autopsia es suficiente para referirse al examen anatómico de un cadáver.

a sí mismo, así mismo y asimismo: usos y diferencias


A sí mismoasí mismo y asimismo tienen un sonido prácticamente igual, pero significan cosas distintas.
La grafía a sí mismo está formada por la preposicióna, el pronombre reflexivo  y el adjetivo mismo y, por ser adjetivo, admite variaciones de género y número (‘a sí misma’, ‘a sí mismos’, ‘a sí mismas’): «Los tres ediles se votaron a sí mismos en la investidura».
Las formas así mismo asimismo se emplean indistintamente cuando su significado es el de‘también o además’: «Así mismo, señalaba que no se ha planteado en ningún momento formar equipo de Gobierno»; «Asimismo señalan que el cambio climático provocará una disminución del área de distribución de muchas especies forestales».
También se escribe así mismo, en dos palabras, cuando se trata del adverbio así y del adjetivo mismo, en el que este último funciona como refuerzo y puede omitirse: «Lo hizo así (mismo)». 
Gracias FUNDÉU por las recomendaciones...

lunes, 19 de septiembre de 2011

«a pesar de que» y no «a pesar que»

08/06/2010
La Fundación del Español Urgente advierte de que es incorrecto escribir o decir a pesar que en lugar de a pesar de que.
La forma correcta en español es a pesar de que y la eliminación de la preposición de hace que se caiga en un error lingüístico conocido como «queísmo».
Es incorrecto, pues, escribir frases como: «A pesar que no milita en ningún partido, suele tener cargos de importancia», cuando lo que se debió decir es: «A pesar de que no milita en ningún partido...».
Además, la Fundéu BBVA explica que esa expresión se escribe en tres palabras: a pesar de, y nunca en dos:apesar de.
Se recuerda que tampoco debe suprimirse la preposiciónde en construcciones como a fin de que, a condición de que o en caso de que.

Salmo 23

El Señor es mi pastor, nada me faltará.
En prados de hierba fresca me hará reposar,
me llevará junto a fuentes tranquilas
y reparará mis fuerzas.
Me guiará por el camino justo,
haciendo honor a su Nombre.
Y...aunque pase por  valles tenebrosos,
ningún mal temeré,
porque tú estarás conmigo.
Tu vara y tu cayado me darán seguridad.
Me prepararás un banquete
en frente de mis enemigos,
perfumarás con ungüento mi cabeza
y mi copa estará rebosando.
Tu amor y tu bondad me acompañarán
por todos los días de mi vida;
y así...habitaré en la casa del Señor
por largos años.

La orden de la Mesa Redonda

Los caballeros de Arturo conformaban una orden llamada la orden de la Mesa Redonda.
Los ideales de la orden eran el amor a Dios, a los demás hombres y a las buenas acciones, y todos sus miembros llevaban al cuello un emblema con una cruz y un dragón, que representaban su fe en Dios y su fidelidad a Arturo.

TRIVIA...

¿Sabes quién escribió la novela de caballería más leída de todos los tiempos?

martes, 6 de septiembre de 2011

LA PALABRA: ESPERPENTO

La palabra «esperpento» es muy expresiva. Posee varios significados. Algunos de ellos, no todos, pueden ser injuriosos, y a veces se les emplea como insultos, o como meros peyorativos.

Según el DRAE, «esperpento» es, en primer lugar, un «Hecho grotesco o desatinado». Lo «grotesco», a su vez, es algo «1. Ridículo y extravagante. 2. adj. Irregular, grosero y de mal gusto». Y «desatinado» se aplica a lo «Desarreglado, sin tino». De modo que «esperpento» puede ser lo mismo una persona que cualquier cosa: «Fulano es un esperpento»; «Esa película es un verdadero esperpento».

En otra acepción se define el «esperpento» con el significado de «Persona o cosa notable por su fealdad, desaliño o mala traza». En este caso también la palabra puede referirse tanto a personas como a cosas, aunque por tal definición es más fácilmente aplicable a personas. Esta concepción del «esperpento» ha originado algunos derivados, como el adjetivo «esperpéntico», que define lo grotesco, absurdo y fuera de lo convencional.

Otra definición de «esperpento» en el DRAE es la de «Género literario creado por Ramón del Valle-Inclán, escritor español de la generación del 98, en el que se deforma la realidad, recargando sus rasgos grotescos, sometiendo a una elaboración muy personal el lenguaje coloquial y desgarrado».

En efecto, don Ramón del Valle-Inclán (1869-1936), una de las grandes figuras españolas de la llamada Generación del 98, produjo una variada obra, que abarca géneros como la poesía, la narración, el ensayo y el teatro… Entre sus obras tienen especial importancia las que tituló «Esperpentos», textos narrativos en que prefiere la forma dialogada, y aun teatral y farsesca, donde pone de manifiesto su estilo irónico, satírico y sarcástico, su mentalidad desgarrada e hiriente y su tendencia a presentar una imagen deformada y grotesca de la realidad. Como lo señala el DRAE en su definición, los «esperpentos» de Valle Inclán pueden considerarse como un género específico, del cual él sería el creador.

Por todo lo dicho es obvio que la palabra «esperpento» no tiene per se un sentido propiamente injurioso u ofensivo, aunque de hecho puede usarse con un tono crítico y satírico. Pero al hacerlo hay que tener cuidado, para no caer en un abuso del vocablo.

Noticia interesante...

Publicación de la Nueva Gramática básica
Tras la publicación en 2009 de la Nueva gramática de la lengua española y, en 2010, de la versión Manual de esta misma obra, llega ahora a las librerías la Nueva gramática básica de la lengua española.


Esta edición abreviada, coordinada por el académico don Salvador Gutiérrez Ordóñez, «se dirige expresamente al amplio conjunto de hispanohablantes que, habiendo recibido una primera instrucción en sus estudios de primaria y de secundaria, deseen acercarse a comprender mejor el funcionamiento de su lengua.

Presenta una evidente vinculación con sus dos hermanas mayores, por lo que mantiene su doctrina y su terminología, a la vez que conserva su rigor conceptual, su coherencia explicativa y su vocación normativa», según señala el director de la Real Academia Española, don José Manuel Blecua, en una carta de presentación de la obra dirigida a los medios de comunicación.

En esta nota remitida a los periodistas, el director de la RAE recuerda que, al igual que las otras dos versiones, «la Nueva gramática básica de la lengua española, que ha contado con el patrocinio de la Fundación Mapfre, combina la dimensión descriptiva con la normativa; a diferencia de ellas, sin embargo, se centra principalmente en el español estándar y elige en cada caso las opciones cultas mayoritarias entre los hispanohablantes. Aspira, en definitiva, a convertirse en la gramática de todo el mundo».

El académico ponente del ambicioso proyecto plasmado en la Nueva Gramática de la lengua española ha sido don Ignacio Bosque, quien ha dirigido y coordinado su elaboración a lo largo de once años: de 1998 a 2009.

domingo, 4 de septiembre de 2011


1
Warma Kuyay
José María Arguedas
Noche de luna en la quebrada de Viseca.
Pobre palomita por dónde has venido, buscando la arena por Dios, por
los suelos.
-¡Justina! ¡Ay, Justina!
En un terso lago canta la gaviota, memorias me deja de gratos
recuerdos.
-¡Justinay, te pareces a las torcazas de Sausiyok!
-¡Déjame, niño, anda donde tus señoritas!
-¿Y el Kutu? ¡Al Kutu le quieres, su cara de sapo te gusta!
-¡Déjame, niño Ernesto! Feo, pero soy buen laceador de vaquillas y
hago temblar a los novillos de cada zurriago. Por eso Justina me quiere.
La cholita se rió, mirando al Kutu; sus ojos chispeaban como dos
luceros.
-¡Au Justinacha!
-Sonso, niño, sonso! –habló Gregoria, la cocinera.
Celedonia, Pedrucha, Manuela, Anitacha, soltaron la risa; gritaron a
carcajadas.
-¡Sonso niño!
Se agarraron de las manos y empezaron a bailar ronda, con la
musiquita de Julio el charanguero. Se volteaban a ratos, para mirarme, y
reían. Yo me quedé fuera del círculo, avergonzado, vencido para siempre.
Me fui hacia el molino viejo; el blanqueo de la pared parecía moverse,
como las nubes que correteaban en las laderas del <<Chawala>>. Los
eucaliptos de la huerta sonaban con ruido largo e intenso; sus sombras se
tendían hasta el otro lado del río. Llegué al pie del molino, subí a la pared
más alta y miré desde allí la cabeza de <<Chawala>>: el cerro, medio negro,
recto, amenazaba caerse sobre los alfalfares de la hacienda. Daba miedo por
2
las noches; los indios nunca lo miraban a esas horas y en las noches claras
conversaban siempre dando espaldas al cerro.
-¡Si te cayeras de pecho, taya <<Chawala>>, nos moriríamos todos!
En medio del Witron, Justina empezó otro canto:
Flor de mayo, flor de mayo,
flor de mayo primavera
por qué no te libertaste
de esa tu falsa prisionera.
Los cholos se habían parado en círculo y Justina cantaba al medio. En el
patio inmenso, inmóviles sobre el empedrado, los indios se veían como
estacas de tender cueros.
-Ese puntito negro que está al medio es Justina. Y yo la quiero, mi
corazón tiembla cuando ella se ríe, llora cuando sus ojos miran al Kutu. ¿Por
qué, pues, me muero por ese puntito negro?
Los indios volvieron a zapatear en ronda. El charanguero daba vueltas
alrededor del círculo, dando ánimos, gritando como potro enamorado. Una
paca-paca empezó a silbar desde un sauce que cabeceaba a la orilla del río; la
voz del pájaro maldecido daba miedo. El charanguero corrió hasta el cerco
del patio y lanzó pedradas al sauce; todos los cholos le siguieron. Al poco rato
el pájaro voló y fue a posarse sobre los duraznales de la huerta; los cholos
iban a perseguirle. Pero don Froylán apareció en la puerta del Witron.
-¡Largo! ¡A dormir!
Los cholos se fueron en tropa hacia la tranca del corral; el Kutu se
quedó solo en el patio.
-¡A ése le quiere!
Los indios de don Froylán se perdieron en la puerta del caserío de la
hacienda, y don Froylán entró al patio tras de ellos.
3
-¡Niño Ernesto! –llamó el Kutu.
Me bajé al suelo de un salto y corrí hacia él.
-Vamos, niño.
Subimos al callejón por el lavadero de metal que iba desmoronándose
en un ángulo del Witron; sobre el lavadero había un tubo inmenso de fierro y
varias ruedas enmohecidas, que fueron de las minas del padre de don
Froylán.
Kutu no hablo nada hasta llegar a la casa de arriba.
La hacienda era de don Froylán y de mi tío; tenía dos casas. Kutu y yo
estábamos solos en el caserío de arriba; mi tío y el resto de la gente fueron al
escarbe de papas y dormían en la chacra, a dos leguas de la hacienda.
Subimos las gradas, sin mirarnos siquiera; entramos al corredor, y
tendimos allí nuestras camas para dormir alumbrados por la Luna. El Kutu se
echó callado; estaba triste y molesto. Yo me senté al lado del cholo.
¡Kutu! ¿Te ha despachado Justina?
-¡Don Froylán la ha abusado, niño Ernesto!
-¡Mentira, Kutu, mentira!
-¡Ayer no más la ha forzado; en la toma de agua, cuando fue a bañarse
con los niños!
-¡Mentira, Kutullay, mentira!
Me abracé al cuello del cholo. Sentí miedo, mi corazón parecía rajarse,
me golpeaba. Empecé a llorar, como si hubiera estado solo, abandonado en
esa gran quebrada oscura.
-¡Déjate, niño! Yo, pues soy <<endio>>, no puedo con el patrón. Otra
vez, cuando seas <<abugau>>, vas a fregar a don Froylán.
4
Me levantó como a un becerro tierno y me echó sobre mi catre.
-¡Duérmete, niño! Ahora le voy a hablar a Justina para que te quiera.
Te vas a dormir otro día con ella ¿quieres niño? ¿Acaso? Justina tiene corazón
para ti, pero eres muchacho todavía, tiene miedo porque eres niño.
Me arrodillé sobre la cama, miré al <<Chawala>> que parecía terrible y
fúnebre en el silencio de la noche.
-¡Kutu: cuando sea grande voy a matar a don Froylán!
-¡Eso sí, niño Ernesto! ¡Eso sí! ¡Mak’tasu!
La voz gruesa del cholo sonó en el corredor como el maullido del león
que entraba hasta el caserío en busca de chanchos. Kutu se paró; estaba
alegre, como si hubiera tumbado al puma ladrón.
-Mañana llega el patrón. Mejor esta noche vamos a Justina. El patrón
seguro te hace dormir en su cuarto.
Que se entre la luna para ir.
Su alegría me dio rabia.
-¿Y por qué no matas a don Froylán? Mátale con tu honda, Kutu, desde
el frente del río, como si fuera puma ladrón.
-¡Sus hijitos, niño! ¡Son nueve! Pero cuando seas <<abugau>> ya
estarán grandes.
-¡Mentira, Kutu, mentira! ¡Tienes miedo, como mujer!
-No sabes nada niño. ¿Acaso no he visto? Tienes pena de los
becerritos, pero a los hombres no los quieres.
-¡Don Froylán! ¡Es malo! Los que tienen hacienda son malos; hacen
llorar a los indios como tú; se llevan las vaquitas de los otros, o los matan de
hambre en su corral. ¡Kutu, don Froylán es peor que toro bravo! Mátale no
más, Kutucha, aunque sea con galga, en el barranco de Capitana.
-<<Endio>> no puede, niño! ¡<<Endio>> no puede!!
5
¡Era cobarde! Tumbaba a los padrillos cerriles, hacia temblar a los
potros, rajaba a látigos el lomo de los aradores, hondeaba desde lejos a las
vaquitas de los otros cholos cuando entraban a los potreros de mi tío, pero
era cobarde ¡Indio perdido!
Le miré de cerca: su nariz aplastada, sus ojos casi oblicuos, sus labios
delgados, ennegrecidos, por la coca. ¡A éste le quiere! Y ella era bonita: su
cara rosada estaba siempre limpia, sus ojos negros quemaban; no era como
las otras cholas, sus pestañas eran largas, su boca llamaba al amor y no me
dejaba dormir. A los catorce años yo la quería; sus pechitos parecían limones
grandes, y me desesperaban. Pero ella era de Kutu, desde tiempo; de este
cholo con cara de sapo. Pensaba en eso y mi pena se parecía mucho a la
muerte.
¿Y ahora? Don Froylán la había forzado.
-¡Mentira, Kutu! ¡Ella misma, seguro, ella misma!
Un chorro de lágrimas saltó de mis ojos. Otra vez el corazón se sacudía,
como si tuviera más fuerza que todo mi cuerpo.
-¡Kutu! Mejor la mataremos los dos a ella ¿quieres?
El indio se asustó. Me agarró la frente: estaba húmeda de sudor.
-¡Verdad! Así quieren los mistis.
-¡Llévame donde Justina, Kutu! Eres mujer, no sirves para ella. ¡Déjala!
-Cómo no, niño, para ti voy a dejar, para ti solito.
Mira, en Wayrala se está apagando la luna.
Los cerros ennegrecieron rápidamente, las estrellitas saltaron de todas
partes del cielo; el viento silbaba en la oscuridad, golpeándose sobre los
6
duraznales y eucaliptos dela huerta; más abajo, en el fondo de la quebrada,
el río grande cantaba con su voz áspera.
Despreciaba al Kutu; sus ojos amarillos, chiquitos, cobardes, me hacían
temblar de rabia.
-¡Indio, muérete mejor, o lárgate a Nazca! ¡Allí te acabará la terciana,
te enterrarán como a perro! –le decía.
Pero el novillero se agachaba nomás, humilde, y se iba a Witrón, a los
alfalfares, a la huerta de los becerros, y se vengaba en el cuerpo de los
animales de don Froylán. Al principio yo le acompañaba. En las noches
entrábamos, ocultándonos, al corral; escogíamos los becerros más finos, los
más delicados; Kutu se escupía en las manos, empuñaba duro el zurriago, y
les rajaba el lomo a los torillitos. Uno, dos, tres. . . cien zurriagazos; las crías
se retorcían en el suelo, se tumbaban de espaldas, lloraban; y el indio seguía,
encorvado, feroz. ¿Y yo? Me sentaba en un rincón y gozaba. Yo gozaba.
¡De don Froylán es, no importa! ¡Es de mi enemigo! Hablaba en voz
alta para engañarme, para tapar el dolor que encogía mis labios e inundaba
mi corazón.
Pero ya en la cama, a solas, una pena negra, invencible, se apoderaba
de mi alma y lloraba dos, tres horas. Hasta que una noche mi corazón se hizo
grande, se hincho. El llorar no bastaba; me vencían la desesperación y el
arrepentimiento. Salté de la cama, descalzo, corrí hasta la puerta; despacito
abrí el cerrojo y pasé al corredor. La luna ya había salido; su luz blanca
bañaba la quebrada; los árboles, rectos, silenciosos, estiraban sus brazos al
cielo. De dos saltos bajé al corredor y atravesé corriendo al callejón
empedrado, salté la pared del corral y llegué junto a los becerritos.
7
Ahí estaba <<Zarinacha>>, la victima de esa noche; echadita sobre la
bosta seca, con el hocico en el suelo; parecía desmayada. Me abracé a su
cuello; la besé mil veces en su boca con olor a leche fresca, en sus ojos negros
y grandes.
-¡Niñacha, perdóname! ¡Perdóname, mamaya!
Junté mis manos y, de rodillas, me humillé ante ella.
-Ese perdido ha sido, hermanita, yo no. ¡Ese Kutu canalla, indio perro!
La sal de las lagrimas siguió amargándome durante largo rato.
<<Zarinacha>> me miraba seria, con su mirada humilde, dulce.
-¡Yo te quiero, niñacha, yo te quiero!
Y una ternura sin igual, pura, dulce, como la luz en esa quebrada
madre, alumbró mi vida.
A la mañana siguiente encontré al indio en el alfalfar de Capitana. El
cielo estaba limpio y alegre, los campos verdes, llenos de frescura. El Kutu ya
se iba, tempranito, a buscar <<daños>> en los potreros de mi tío, para
ensañarse contra ellos.
-Kutu, vete de aquí –le dije- En Viseca ya no sirves.
¡Los comuneros se ríen de ti, porque eres maula!
Sus ojos opacos me miraron con cierto miedo.
-¡Asesino también eres, Kutu! Un becerrito es como criatura.
¡Ya en Viseca no sirves, indio!
¿Yo nomás acaso? Tu también. Pero mírale al tayta <<Chawala>>: diez
días más atrás me voy a ir.
Resentido, penoso como nunca, se largó a galope en el bayo de mi tío.
Dos semanas después, Kutu pidió licencia y se fue.
8
Mi tía lloró por él, como si hubiera perdido a su hijo.
Kutu tenía sangre de mujer: le temblaba a don Froylán, casi a todos los
hombres les temía. Le quitaron su mujer y se fue a ocultar después en los
pueblos del interior, mezclándose con las comunidades de Sondondo,
Chacralla. . . ¡Era Cobarde!
Yo, solo, me quedé junto a don Froylán, pero cerca de Justina, de mi
Justinacha ingrata. Yo no fui desgraciado. A la orilla de ese río espumoso,
oyendo el canto de las torcazas y de las tuyas, yo vivía sin esperanzas; pero
ella estaba bajo el mismo cielo que yo, en esa misma quebrada que fue mi
nido. Contemplando sus ojos negros, oyendo su risa, mirándola desde lejitos,
era casi feliz, porque mi amor por Justina fue un <<warma kuyay>> y no creía
tener derecho todavía sobre ella; sabía que tendría que ser de otro, de un
hombre grande, que manejara ya zurriago, que echara ajos roncos y peleara
a látigos en los carnavales. Y como amaba a los animales, las fiestas indias, las
cosechas, las siembras con música y jarawi, viví alegre en esa quebrada verde
y llena de calor amoroso del sol. Hasta que un día me arrancaron de mi
querencia, para traerme a este bullicio, donde gentes que no quiero, que no
comprendo.
El Kutu en un extremo y yo en otro. Él quizá habrá olvidado: está en su
elemento; en un pueblecito tranquilo, aunque maula, será el mejor novillero,
el mejor amansador de potrancas, y le respetarán los comuneros. Mientras
yo, aquí, vivo amargado y pálido, como un animal de los llanos fríos, llevado a
la orilla del mar, sobre los arenales candentes y extraños.
Warma Kuyay, voz quechua que significa <<amor de niño>>

lunes, 22 de agosto de 2011

TRIVIA

¿Saben quién escribió el diario más leído  del mundo?

EL GATO NEGRO



Edgar Allan Poe 

Ni espero ni quiero que se dé crédito a la historia más extraordinaria, y, sin embargo, más familiar, que voy a referir. Tratándose de un caso en el que mis sentidos se niegan a aceptar su propio testimonio, yo habría de estar realmente loco si así lo creyera. No obstante, no estoy loco, y, con toda seguridad, no sueño. Pero mañana puedo morir y quisiera aliviar hoy mi espíritu. Mi inmediato deseo es mostrar al mundo, clara, concretamente y sin comentarios, una serie de simples acontecimientos domésticos que, por sus consecuencias, me han aterrorizado, torturado y anonadado. A pesar de todo, no trataré de esclarecerlos. A mí casi no me han producido otro sentimiento que el de horror; pero a muchas personas les parecerán menos terribles que barroques. Tal vez más tarde haya una inteligencia que reduzca mi fantasma al estado de lugar común. Alguna inteligencia más serena, más lógica y mucho menos excitable que la mía, encontrará tan sólo en las circunstancias que relato con terror una serie normal de causas y de efectos naturalísimos.
La docilidad y humanidad de mi carácter sorprendieron desde mi infancia. Tan notable era la ternura de mi corazón, que había hecho de mí el juguete de mis amigos. Sentía una auténtica pasión por los animales, y mis padres me permitieron poseer una gran variedad de favoritos. Casi todo el tiempo lo pasaba con ellos, y nunca me consideraba tan feliz como cuando los daba de comer o los acariciaba. Con los años aumentó esta particularidad de mi carácter, y cuando fui hombre hice de ella una de mis principales fuentes de goce. Aquellos que han profesado afecto a un perro fiel y sagaz no requieren la explicación de la naturaleza o intensidad de los goces que eso puede producir. En el amor desinteresado de un animal, en el sacrificio de sí mismo, hay algo que llega directamente al corazón del que con frecuencia ha tenido ocasión de comprobar la amistad mezquina y la frágil fidelidad del Hombre natural.
Me casé joven. Tuve la suerte de descubrir en mi mujer una disposición semejante a la mía. Habiéndose dado cuenta de mi gusto por estos favoritos domésticos, no perdió ocasión alguna de proporcionármelos de la especie más agradable. Tuvimos pájaros, un pez de color de oro, un magnífico perro, conejos, un mono pequeño y un gato.
Era este último animal muy fuerte y bello, completamente negro y de una sagacidad maravillosa. Mi mujer, que era, en el fondo, algo supersticiosa, hablando de su inteligencia, aludía frecuentemente a la antigua creencia popular que consideraba a todos los gatos negros como brujas disimuladas. No quiere esto decir que hablara siempre en serio sobre este particular, y lo consigno sencillamente porque lo recuerdo.
Plutón—llamábase así el gato—era mi predilecto amigo. Sólo yo le daba de comer, y adondequiera que fuese me seguía por la casa. Incluso me costaba trabajo impedirle que me siguiera por la calle.
Nuestra amistad subsistió así algunos años, durante los cuales mi carácter y mi temperamento—me sonroja confesarlo—, por causa del demonio de la intemperancia, sufrió una alteración radicalmente funesta. De día en día me hice más taciturno, más irritable, más indiferente a los sentimientos ajenos. Empleé con mi mujer un lenguaje brutal, y con el tiempo la afligí incluso con violencias personales. Naturalmente, mi pobre favorito debió de notar el cambio de mi carácter. No solamente no les hacía caso alguno, sino que los maltrataba. Sin embargo, por lo que se refiere a Plutón, aún despertaba en mí la consideración suficiente para no pegarle. En cambio, no sentía ningún escrúpulo en maltratar a los conejos, al mono e incluso al perro, cuando, por casualidad o afecto, se cruzaban en mi camino. Pero iba secuestrándome mi mal, porque, ¿qué mal admite una comparación con el alcohol? Andando el tiempo, el mismo Plutón, que envejecía y, naturalmente se hacía un poco huraño, comenzó a conocer los efectos de mi perverso carácter.
Una noche, en ocasión de regresar a casa completamente ebrio, de vuelta de uno de mis frecuentes escondrijos del barrio, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo cogí, pero él, horrorizado por mi violenta actitud, me hizo en la mano, con los dientes, una leve herida. De mí se apoderó repentinamente un furor demoníaco. En aquel instante dejé de conocerme. Pareció como si, de pronto, mi alma original hubiese abandonado mi cuerpo, y una ruindad superdemoníaca, saturada de ginebra, se filtró en cada una de las fibras de mi ser. Del bolsillo de mi chaleco saqué un cortaplumas, lo abrí, cogí al pobre animal por la garganta y, deliberadamente, le vacié un ojo... Me cubre el rubor, me abrasa, me estremezco al escribir esta abominable atrocidad.
Cuando, al amanecer, hube recuperado la razón, cuando se hubieron disipado los vapores de mi crápula nocturna, experimenté un sentimiento mitad horror, mitad remordimiento, por el crimen que había cometido. Pero, todo lo más, era un débil y equívoco sentimiento, y el alma no sufrió sus acometidas. Volví a sumirme en los excesos, y no tardé en ahogar en el vino todo recuerdo de mi acción.
Curó entre tanto el gato lentamente. La órbita del ojo perdido presentaba, es cierto, un aspecto espantoso. Pero después, con el tiempo, no pareció que se daba cuenta de ello. Según su costumbre, iba y venía por la casa; pero, como debí suponerlo, en cuanto veía que me aproximaba a él, huía aterrorizado. Me quedaba aún lo bastante de mi antiguo corazón para que me afligiera aquella manifiesta antipatía en una criatura que tanto me había amado anteriormente. Pero este sentimiento no tardó en ser desalojado por la irritación. Como para mi caída final e irrevocable, brotó entonces el espíritu de perversidad, espíritu del que la filosofía no se cuida ni poco ni mucho.
No obstante, tan seguro como que existe mi alma, creo que la perversidad es uno de los primitivos impulsos del corazón humano, una de esas indivisibles primeras facultades o sentimientos que dirigen el carácter del hombre... ¿Quién no se ha sorprendido numerosas veces cometiendo una acción necia o vil, por la única razón de que sabía que no debía cometerla? ¿No tenemos una constante inclinación, pese a lo excelente de nuestro juicio, a violar lo que es la ley, simplemente porque comprendemos que es la Ley?
Digo que este espíritu de perversidad hubo de producir mi ruina completa. El vivo e insondable deseo del alma de atormentarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer el mal por amor al mal, me impulsaba a continuar y últimamente a llevar a efecto el suplicio que había infligido al inofensivo animal. Una mañana, a sangre fría, ceñí un nudo corredizo en torno a su cuello y lo ahorqué de la rama de un árbol. Lo ahorqué con mis ojos llenos de lágrimas, con el corazón desbordante del más amargo remordimiento. Lo ahorqué porque sabía que él me había amado, y porque reconocía que no me había dado motivo alguno para encolerizarme con él. Lo ahorqué porque sabía que al hacerlo cometía un pecado, un pecado mortal que comprometía a mi alma inmortal, hasta el punto de colocarla, si esto fuera posible, lejos incluso de la misericordia infinita del muy terrible y misericordioso Dios.
En la noche siguiente al día en que fue cometida una acción tan cruel, me despertó del sueño el grito de: "¡Fuego!" Ardían las cortinas de mi lecho. La casa era una gran hoguera. No sin grandes dificultades, mi mujer, un criado y yo logramos escapar del incendio. La destrucción fue total. Quedé arruinado, y me entregué desde entonces a la desesperación.
No intento establecer relación alguna entre causa y efecto con respecto a la atrocidad y el desastre. Estoy por encima de tal debilidad. Pero me limito a dar cuenta de una cadena de hechos y no quiero omitir el menor eslabón. Visité las ruinas el día siguiente al del incendio. Excepto una, todas las paredes se habían derrumbado. Esta sola excepción la constituía un delgado tabique interior, situado casi en la mitad de la casa, contra el que se apoyaba la cabecera de mi lecho. Allí la fábrica había resistido en gran parte a la acción del fuego, hecho que atribuí a haber sido renovada recientemente. En torno a aquella pared se congregaba la multitud, y numerosas personas examinaban una parte del muro con atención viva y minuciosa. Excitaron mi curiosidad las palabras: "extraño", "singular", y otras expresiones parecidas. Me acerqué y vi, a modo de un bajorrelieve esculpido sobre la blanca superficie, la figura de un gigantesco gato. La imagen estaba copiada con una exactitud realmente maravillosa. Rodeaba el cuello del animal una cuerda.
Apenas hube visto esta aparición—porque yo no podía considerar aquello más que como una aparición—, mi asombro y mi terror fueron extraordinarios. Por fin vino en mi amparo la reflexión. Recordaba que el gato había sido ahorcado en un jardín contiguo a la casa. A los gritos de alarma, el jardín fue invadido inmediatamente por la muchedumbre, y el animal debió de ser descolgado por alguien del árbol y arrojado a mi cuarto por una ventana abierta. Indudablemente se hizo esto con el fin de despertarme. El derrumbamiento de las restantes paredes había comprimido a la víctima de mi crueldad en el yeso recientemente extendido. La cal del muro, en combinación con las llamas y el amoníaco del cadáver, produjo la imagen tal como yo la veía.
Aunque prontamente satisfice así a mi razón, ya que no por completo mi conciencia, no dejó, sin embargo, de grabar en mi imaginación una huella profunda el sorprendente caso que acabo de dar cuenta. Durante algunos meses no pude liberarme del fantasma del gato, y en todo este tiempo nació en mi alma una especie de sentimiento que se parecía, aunque no lo era, al remordimiento. Llegué incluso a lamentar la pérdida del animal y a buscar en torno mío, en los miserables tugurios que a la sazón frecuentaba, otro favorito de la misma especie y de facciones parecidas que pudiera sustituirle.
Hallábame sentado una noche, medio aturdido, en un bodegón infame, cuando atrajo repentinamente mi atención un objeto negro que yacía en lo alto de uno de los inmensos barriles de ginebra o ron que componían el mobiliario más importante de la sala. Hacía ya algunos momentos que miraba a lo alto del tonel, y me sorprendió no haber advertido el objeto colocado encima. Me acerqué a él y lo toqué. Era un gato negro, enorme, tan corpulento como Plutón, al que se parecía en todo menos en un pormenor: Plutón no tenía un solo pelo blanco en todo el cuerpo, pero éste tenía una señal ancha y blanca aunque de forma indefinida, que le cubría casi toda la región del pecho.
Apenas puse en él mi mano, se levantó repentinamente, ronroneando con fuerza, se restregó contra mi mano y pareció contento de mi atención. Era pues, el animal que yo buscaba. Me apresuré a proponer al dueño su adquisición, pero éste no tuvo interés alguno por el animal. Ni le conocía ni le había visto hasta entonces.
Continué acariciándole, y cuando me disponía a regresar a mi casa, el animal se mostró dispuesto a seguirme. Se lo permití, e inclinándome de cuando en cuando, caminamos hacia mi casa acariciándole. Cuando llego a ella se encontró como si fuera la suya, y se convirtió rápidamente en el mejor amigo de mi mujer.
Por mi parte, no tardó en formarse en mí una antipatía hacia él. Era, pues, precisamente, lo contrario de lo que yo había esperado. No sé cómo ni por qué sucedió esto, pero su evidente ternura me enojaba y casi me fatigaba. Paulatinamente, estos sentimientos de disgusto y fastidio acrecentaron hasta convertirse en la amargura del odio. Yo evitaba su presencia. Una especie de vergüenza, y el recuerdo de mi primera crueldad, me impidieron que lo maltratara. Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o de tratarle con violencia; pero gradual, insensiblemente, llegué a sentir por él un horror indecible, y a eludir en silencio, como si huyera de la peste, su odiosa presencia.
Sin duda, lo que aumentó mi odio por el animal fue el descubrimiento que hice a la mañana del siguiente día de haberlo llevado a casa. Como Plutón, también él había sido privado de uno de sus ojos. Sin embargo, esta circunstancia contribuyó a hacerle más grato a mi mujer, que, como he dicho ya, poseía grandemente la ternura de sentimientos que fue en otro tiempo mi rasgo característico y el frecuente manantial de mis placeres más sencillos y puros.
Sin embargo, el cariño que el gato me demostraba parecía crecer en razón directa de mi odio hacia él. Con una tenacidad imposible de hacer comprender al lector, seguía constantemente mis pasos. En cuanto me sentaba, acurrucábase bajo mi silla, o saltaba sobre mis rodillas, cubriéndome con sus caricias espantosas. Si me levantaba para andar, metíase entre mis piernas y casi me derribaba, o bien, clavando sus largas y agudas garras en mi ropa, trepaba por ellas hasta mi pecho. En esos instantes, aun cuando hubiera querido matarle de un golpe, me lo impedía en parte el recuerdo de mi primer crimen; pero, sobre todo, me apresuro a confesarlo, el verdadero terror del animal.
Este terror no era positivamente el de un mal físico, y, no obstante, me sería muy difícil definirlo de otro modo. Casi me avergüenza confesarlo. Aun en esta celda de malhechor, casi me avergüenza confesar que el horror y el pánico que me inspiraba el animal habíanse acrecentado a causa de una de las fantasías más perfectas que es posible imaginar. Mi mujer, no pocas veces, había llamado mi atención con respecto al carácter de la mancha blanca de que he hablado y que constituía la única diferencia perceptible entre el animal extraño y aquel que había matado yo. Recordará, sin duda, el lector que esta señal, aunque grande, tuvo primitivamente una forma indefinida. Pero lenta, gradualmente, por fases imperceptibles y que mi razón se esforzó durante largo tiempo en considerar como imaginaria, había concluido adquiriendo una nitidez rigurosa de contornos.
En ese momento era la imagen de un objeto que me hace temblar nombrarlo. Era, sobre todo, lo que me hacía mirarle como a un monstruo de horror y repugnancia, y lo que, si me hubiera atrevido, me hubiese impulsado a librarme de él. Era ahora, digo, la imagen de una cosa abominable y siniestra: la imagen ¡de la horca! ¡Oh lúgubre y terrible máquina, máquina de espanto y crimen, de muerte y agonía!
Yo era entonces, en verdad, un miserable, más allá de la miseria posible de la Humanidad. Unabestia bruta, cuyo hermano fue aniquilado por mí con desprecio, una bestia bruta engendraba en mí en mí, hombre formado a imagen del Altísimo, tan grande e intolerable infortunio. ¡Ay! Ni de día ni de noche conocía yo la paz del descanso. Ni un solo instante, durante el día, dejábame el animal. Y de noche, a cada momento, cuando salía de mis sueños lleno de indefinible angustia, era tan sólo para sentir el aliento tibio de la cosa sobre mi rostro y su enorme peso, encarnación de una pesadilla que yo no podía separar de mí y que parecía eternamente posada en mi corazón.
Bajo tales tormentos sucumbió lo poco que había de bueno en mí. Infames pensamientos convirtiéronse en mis íntimos; los más sombríos, los más infames de todos los pensamientos. La tristeza de mi humor de costumbre se acrecentó hasta hacerme aborrecer a todas las cosas y a la Humanidad entera. Mi mujer, sin embargo, no se quejaba nunca ¡Ay! Era mi paño de lágrimas de siempre. La mas paciente víctima de las repentinas, frecuentes e indomables expansiones de una furia a la que ciertamente me abandoné desde entonces.
Para un quehacer doméstico, me acompañó un día al sótano de un viejo edificio en el que nos obligara a vivir nuestra pobreza. Por los agudos peldaños de la escalera me seguía el gato, y, habiéndome hecho tropezar la cabeza, me exasperó hasta la locura. Apoderándome de un hacha y olvidando en mi furor el espanto pueril que había detenido hasta entonces mi mano, dirigí un golpe al animal, que hubiera sido mortal si le hubiera alcanzado como quería. Pero la mano de mi mujer detuvo el golpe. Una rabia más que diabólica me produjo esta intervención. Liberé mi brazo del obstáculo que lo detenía y le hundí a ella el hacha en el cráneo. Mi mujer cayó muerta instantáneamente, sin exhalar siquiera un gemido.
Realizado el horrible asesinato, inmediata y resueltamente procuré esconder el cuerpo. Me di cuenta de que no podía hacerlo desaparecer de la casa, ni de día ni de noche, sin correr el riesgo de que se enteraran los vecinos. Asaltaron mi mente varios proyectos. Pensé por un instante en fragmentar el cadáver y arrojar al suelo los pedazos. Resolví después cavar una fosa en el piso de la cueva. Luego pensé arrojarlo al pozo del jardín. Cambien la idea y decidí embalarlo en un cajón, como una mercancía, en la forma de costumbre, y encargar a un mandadero que se lo llevase de casa. Pero, por último, me detuve ante un proyecto que consideré el mas factible. Me decidí a emparedarlo en el sótano, como se dice que hacían en la Edad Media los monjes con sus víctimas.
La cueva parecía estar construida a propósito para semejante proyecto. Los muros no estaban levantados con el cuidado de costumbre y no hacía mucho tiempo había sido cubierto en toda su extensión por una capa de yeso que no dejó endurecer la humedad.
Por otra parte, había un saliente en uno de los muros, producido por una chimenea artificial o especie de hogar que quedó luego tapado y dispuesto de la misma forma que el resto del sótano. No dudé que me sería fácil quitar los ladrillos de aquel sitio, colocar el cadáver y emparedarlo del mismo modo, de forma que ninguna mirada pudiese descubrir nada sospechoso.
No me engañó mi cálculo. Ayudado por una palanca, separé sin dificultad los ladrillos, y, habiendo luego aplicado cuidadosamente el cuerpo contra la pared interior, lo sostuve en esta postura hasta poder establecer sin gran esfuerzo toda la fábrica a su estado primitivo. Con todas las precauciones imaginables, me preocupé una argamasa de cal y arena, preparé una capa que no podía distinguirse de la primitiva y cubrí escrupulosamente con ella el nuevo tabique.
Cuando terminé, vi que todo había resultado perfecto. La pared no presentaba la más leve señal de arreglo. Con el mayor cuidado barrí el suelo y recogí los escombros, miré triunfalmente en torno mío y me dije: "Por lo menos, aquí, mi trabajo no ha sido infructuoso".
Mi primera idea, entonces, fue buscar al animal que fue causante de tan tremenda desgracia, porque, al fin, había resuelto matarlo. Si en aquel momento hubiera podido encontrarle, nada hubiese evitado su destino. Pero parecía que el artificioso animal, ante la violencia de mi cólera, habíase alarmado y procuraba no presentarse ante mí, desafiando mi mal humor. Imposible describir o imaginar la intensa, la apacible sensación de alivio que trajo a mi corazón la ausencia de la detestable criatura. En toda la noche se presentó, y ésta fue la primera que gocé desde su entrada en la casa, durmiendo tranquila y profundamente. Sí; dormí con el peso de aquel asesinato en mi alma.
Transcurrieron el segundo y el tercer día. Mi verdugo no vino, sin embargo. Como un hombre libre, respiré una vez más. En su terror, el monstruo había abandonado para siempre aquellos lugares. Ya no volvería a verle nunca: Mi dicha era infinita. Me inquietaba muy poco la criminalidad de mi tenebrosa acción. Inicióse una especie de sumario que apuró poco las averiguaciones. También se dispuso un reconocimiento, pero, naturalmente, nada podía descubrirse. Yo daba por asegurada mi felicidad futura.
Al cuarto día después de haberse cometido el asesinato, se presentó inopinadamente en mi casa un grupo de agentes de Policía y procedió de nuevo a una rigurosa investigación del local. Sin embargo, confiado en lo impenetrable del escondite, no experimenté ninguna turbación.
Los agentes quisieron que les acompañase en sus pesquisas. Fue explorado hasta el último rincón. Por tercera o cuarta vez bajaron por último a la cueva. No me altere lo más mínimo. Como el de un hombre que reposa en la inocencia, mi corazón latía pacíficamente. Recorrí el sótano de punta a punta, cruce los brazos sobre mi pecho y me paseé indiferente de un lado a otro. Plenamente satisfecha, la Policía se disponía a abandonar la casa. Era demasiado intenso el júbilo de mi corazón para que pudiera reprimirlo. Sentía la viva necesidad de decir una palabra, una palabra tan sólo a modo de triunfo, y hacer doblemente evidente su convicción con respecto a mi inocencia.
—Señores—dije, por último, cuando los agentes subían la escalera—, es para mí una gran satisfacción habrá desvanecido sus sospechas. Deseo a todos ustedes una buena salud y un poco más de cortesía. Dicho sea de paso, señores, tienen ustedes aquí una casa construida—apenas sabía lo que hablaba, en mi furioso deseo de decir algo con aire deliberado—. Puedo asegurar que ésta es una casa excelentemente construida. Estos muros...¿Se van ustedes, señores? Estos muros están construidos con una gran solidez.
Entonces, por una fanfarronada frenética, golpeé con fuerza, con un bastón que tenía en la mano en ese momento, precisamente sobre la pared del tabique tras el cual yacía la esposa de mi corazón.
¡Ah! Que por lo menos Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio. Apenas húbose hundido en el silencio el eco de mis golpes, me respondió una voz desde el fondo de la tumba. Era primero una queja, velada y encontrada como el sollozo de un niño. Después, en seguida, se hinchó en un prolongado, sonoro y continuo, completamente anormal e inhumano, un alarido, un aullido, mitad horror, mitad triunfo, como solamente puede brotar del infierno, horrible armonía que surgiera al unísono de las gargantas de los condenados en sus torturas y de los demonios que gozaban en la condenación.
Sería una locura expresaros mis sentimientos. Me sentí desfallecer y, tambaleándome, caí contra la pared opuesta. Durante un instante detuviéronse en los escalones los agentes. El terror los había dejado atónitos. Un momento después, doce brazos robustos atacaron la pared, que cayó a tierra de un golpe. El cadáver, muy desfigurado ya y cubierto de sangre coagulada, apareció, rígido, a los ojos de los circundantes.
Sobre su cabeza, con las rojas fauces dilatadas y llameando el único ojo, se posaba el odioso animal cuya astucia me llevó al asesinato y cuya reveladora voz me entregaba al verdugo. Yo había emparedado al monstruo en la tumba. 

Datos personales

Mi nombre es Elizabeth, nací en Lima, me agrada la lectura de temas variados, me gusta oír música.Me agrada nuestra gastronomía, soy seguidora de Gastón Acurio. En mis ratos libres cocino para relajarme.